viernes, 29 de marzo de 2013

Fleco



La primera vez que me corté el cabello tenía cinco años. Mi mamá usaba un cepillo redondo de cerdas metálicas para hacerse el fleco y las puntas redondas. El cepillo que yo usaba no estaba en el tocador, así que tomé ese y me lo pasé por un costado y se enrededó. En otra ocasión ya se había enredado un cepillo en mi cabello mientras me cepillaban, y mi tía optó por cortarme ese cachito de cabello en vez de desenredarlo, así que tomé las tijeras y corté buena parte del costado de mi cabello. Cuando me di cuenta de lo que hice, me asusté tanto que llegué llorando con mi mamá y tuvimos que ir a la estética a que me arreglaran el cabello y terminé con un corte muy chiquito. Puede que ese haya sido el origen por el cual durante años no me cortara ni una punta.

Unos meses antes de decidir vivir sola tuve un viaje al D.F y a Oaxaca. Al D.F. por cuestiones de trabajo y Oaxaca por el puro gusto de viajar. Durante ese mes que duró mi viaje, en casa mis papás de separaron. Así que al volver ya todo había cambiado. Yo me había enterado durante el viaje un poco sobre cómo ocurrieron las cosas y cómo estaban en términos generales. Volver fue una experiencia extraña, el viaje tuvo efectos en mí, en particular con muchas relaciones a mi alrededor. Me di cuenta por ejemplo, de lo deteriorada que era la relación con mi padre, de lo intensa y caótica que es la vida en el D.F., de lo dispar de mi relación con el chico que amaba, de lo mucho que quería a mis amigos en Guadalajara, del término de mi vida escolar y que no sabía qué quería, qué seguía… Regresé a mi casa, pero ya no lo era, nada era igual.

Al día siguiente que volví mi mamá fue a verme a la casa a escondidas. Nos tomamos un café y platicamos, dijo que estaba bien, que las cosas iban bien. Le platiqué un poco cómo me había ido, lo que hice, a quienes conocí. Me dijo que me extrañaba, y me di cuenta que yo no, probablemente por el poco tiempo, o tal vez porque estaba más concentrada en lo que me ocurría en ese momento que en extrañar a mi familia. Se fue, mamá ya no era parte de la casa.


Esa noche había una fiesta de cumpleaños de un amigo muy querido, a la cual iría X, de quien estaba enamorada. Me puse un vestido, quería sentirme bonita. El caso es que mientras me arreglaba no sabía que hacer con mi cabello, no se acomodaba, no me gustaba, tomé unas tijeras y corté mi fleco, o mejor dicho, trasquilé mi fleco. Tantos años de abstinencia de cortar una punta me los cobré en un tijerazo. Ahí estaba, mi frente casi descubierta con un fleco chueco, cortito y con unos cabellos largos que no arreglé. Me dio tanta risa, no se trataba sólo de un pedazo de cabello, era la culminación del viaje, todo había cambiado porque así sucede, porque el día es impredecible y una idea provoca acciones, resultados, no hay forma de rebobinar, de pegarse los cabellos o de tener un arreglo que deje satisfecho. Incluso de que eso que no sale bien, en realidad no haya salido bien. Era una sensación reveladora, supe, de alguna forma, que no sabría que pasaría en lo absoluto a partir de ese instante y en especial en esa fiesta.

El camino fue impresionante, después de mucho tiempo volví a tomar el transporte público, y todas las imágenes de el D.F. se me presentaban como espejismos, el metro, los peseros, los taxis. Lo primero que noté es que en Guadalajara la gente que va en el tren tiene ojos de animales domésticos, no hablan, no se miran, ignorarse es una forma de  viajar seguro. En cambio allá tiene ojos de animales nocturnos, al acecho. Llegué a mi destino a esperar a X y a un amigo, porque habíamos quedado de vernos e ir a la fiesta. En cuanto llegué a los minutos cayó una tormenta impresionante, durante más de hora llovió a caudales y se inundaron las calles. Le envié un mensaje a X de que ya había llegado, pero nada. Después le envié otro preguntando si ya venía: nada. Marqué: nada. Siempre nada con X. Me fui, era más de la hora y había dejado de llover. Llegué a la fiesta y apenas comenzaba.

En el lugar había muchos amigos, mucha cerveza, mucho todo. No podía calmar la adrenalina de todo lo que había pasado por mi cabeza ese día, tampoco podía calmar la adrenalina de ver a X, de  pararme enfrente de él con toda mi locura resumida en ese fleco que acaba de llegar, con todas mis ganas de abrazarlo, de bailar, de contarle, hasta de callarme y verlo a lo lejos, de estar. Pasaba el tiempo y las sustancias hacían su efecto, y esa adrenalina se convirtió en ansiedad. No llegaba. ¿Llegaría?, ¿habría pasado algo?, ¿simplemente no iría? Un amigo se acercó conmigo,  platicamos, le dije que me preocupaba que X no llegara. Me miró y dijo “Ellos así son, andan en su rollo, no puedes confiar, no puedes esperar nada de ellos, si llegan que bueno que llegaron, pero es mejor saber que llegan y se van, así les gusta vivir”. Al poco tiempo de esa conversación, llegó, y probablemente ahí, en esa fiesta, fue que todo se transformó de mí para él. Nunca le dije nada de lo que sentí ese día. Yo lo amaba, y no tenía que llegar, ni escucharme, simplemente no sabía, ni nunca sabrá todo lo que él fue las tijeras, ese cabello que se perdió y este que crecerá toda mi vida. ¿Qué pasó en la fiesta? Todos enloquecimos, bebimos, bailamos, jammeamos hasta el vómito, y al día siguiente X, un amigo y yo nos fuimos.

A los pocos días de eso, X se fue a su ciudad, y yo decidí irme de la casa de mis padres, o mi Padre, más bien dicho. Me han ocurrido más cosas y escribo esto porque ayer simbólicamente, volví a cortarme el fleco, pero ahora sí sé para qué lo hago. Hacemos lo que queremos sólo con nuestra existencia, con nuestro tiempo, con nuestro cuerpo. El cabello crece, el tiempo no vuelve, lo más simple que se haga en el día tiene consecuencias en el futuro y nadie viene a preguntarte si estás de acuerdo. En todo caso, mejor cortarse el fleco y continuar. 

2 comentarios:

  1. sospecho que tu fleco es el fin del mundo.

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  2. ¿Verdad? Siempre pensé que el fin del mundo podía llegar con tan sólo un cabello tocando el piso. Sergioooo te amoooo

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