El estudio del
pasado no debe limitarse a un mero conocimiento de la historia, sino, a través de la aplicación de ese conocimiento, procurar dar actualidad al
pasado.
Extracto del Kin
48 Lamat ‘Estrella Solar Amarilla’

Ahora sé
que los recuerdos, sobre todo de la infancia, no son fieles a la realidad, sino
que figuran los hechos y las fantasías y continúan transformándose mientras uno
los evoca o súbitamente aparecen al conectarse con algo de la actualidad. No busco la verdad en mis
recuerdos, sino las verdades a las que pueden conducirme cuando nos
encontramos.
Una vez
estando en casa de mis primas, cuando tenía once años, subimos a la azotea a
jugar y en el techo de láminas vimos que había varias cosas encima. Pusimos la
escalera y no lo pude creer: ahí estaba mi carrito de pato, desteñido y
adelgazado por el sol. ¿Qué hacía ahí?, ¿por qué? Lo bajamos casi inmediatamente y una de mis primas se
subió y lo hizo pedazos en el acto. Fue una sensación tan extraña, encontrarlo
quién sabe por qué ahí, reconocerlo y casi al mismo tiempo ver cómo terminaba
roto, todo en menos de cinco minutos. No podría decir que me enojé con mi
prima, sino que sentí como si hubieran transgredido algo mío, algo que debí
haber cuidado.
Recuerdo
que mi hermano y yo nos paseábamos en el pato por toda la casa. Nos lo turnábamos
o lo usábamos al mismo tiempo. Los dos tenemos fotografías en él. Los juguetes
son de las cosas que más recuerdo de ese tiempo. En particular recuerdo ‘tender
la colchoneta’, que era que mis papás bajaran la caja de juguetes y pusieran
una colchoneta en el piso para que jugáramos. De la caja me gustaba encontrar
juguetes que había olvidado estaban ahí, vaciarla, repartirlos y jugar con más
niños. Aunque no siempre había otros
niños, sino mi hermano y yo, turnándonos para jugar carritos, barbies, a los
experimentos, a los ositos y a que yo me convertía en hermano y él en hermana y
luego nos moríamos para volver a ser niña y niño. Entre esos juegos que inventábamos,
hubo uno que jugamos durante muchos años, se llamaba ‘Manuelito y Panchito’ y
consistía en inventar historias con estos dos personajes donde Manuelito era
siempre el niño bueno y Panchito el malo
que la pagaba por maldoso. Ellos en realidad existían, al menos los niños en
los que reflejamos esas moralejas. Ambos eran niños con los que íbamos al kínder,
Manuelito iba en mi salón y era un niño muy callado y dulce, Panchito iba en el
salón de mi hermano y era el hijo de una maestra que todo el tiempo se la
pasaba peleando a los demás. Realmente no éramos grandes amigos de ninguno,
sólo en nuestra fantasía representaban la virtud y lo desdeñable.
Los juegos
que inventan los niños son una forma de interiorizar el mundo, aprehenderlo en
el lenguaje y la figuración. Aquella ocasión del pato que encontré fue una
conexión con ese tiempo de la calle Senado y mi familia, de esos niños que
fuimos divertidos y también tristes. Puedo decir que estoy feliz de tener esas
imágenes en mi memoria y todas las voces que despiertan, algunas privilegiadas
con fotografía y otras sólo capturadas en mi cabeza atestiguando que el tiempo
cruje, sabe, ríe y torna a la vida actual como una raíz luminosa.
dulce historia maestra! ! !
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