La primera vez que me corté el cabello tenía
cinco años. Mi mamá usaba un cepillo redondo de cerdas metálicas para hacerse el
fleco y las puntas redondas. El cepillo que yo usaba no estaba en el tocador, así
que tomé ese y me lo pasé por un costado y se enrededó. En otra ocasión ya se
había enredado un cepillo en mi cabello mientras me cepillaban, y mi tía optó
por cortarme ese cachito de cabello en vez de desenredarlo, así que tomé las
tijeras y corté buena parte del costado de mi cabello. Cuando me di cuenta de
lo que hice, me asusté tanto que llegué llorando con mi mamá y tuvimos que ir a
la estética a que me arreglaran el cabello y terminé con un corte muy chiquito.
Puede que ese haya sido el origen por el cual durante años no me cortara ni una
punta.
Unos meses antes de decidir vivir sola tuve
un viaje al D.F y a Oaxaca. Al D.F. por cuestiones de trabajo y Oaxaca por el
puro gusto de viajar. Durante ese mes que duró mi viaje, en casa mis papás de
separaron. Así que al volver ya todo había cambiado. Yo me había enterado
durante el viaje un poco sobre cómo ocurrieron las cosas y cómo estaban en
términos generales. Volver fue una experiencia extraña, el viaje tuvo efectos
en mí, en particular con muchas relaciones a mi alrededor. Me di cuenta por
ejemplo, de lo deteriorada que era la relación con mi padre, de lo intensa y
caótica que es la vida en el D.F., de lo dispar de mi relación con el chico que
amaba, de lo mucho que quería a mis amigos en Guadalajara, del término de mi
vida escolar y que no sabía qué quería, qué seguía… Regresé a mi casa, pero ya
no lo era, nada era igual.
Al día siguiente que volví mi mamá fue a
verme a la casa a escondidas. Nos tomamos un café y platicamos, dijo que estaba
bien, que las cosas iban bien. Le platiqué un poco cómo me había ido, lo que
hice, a quienes conocí. Me dijo que me extrañaba, y me di cuenta que yo no,
probablemente por el poco tiempo, o tal vez porque estaba más concentrada en lo
que me ocurría en ese momento que en extrañar a mi familia. Se fue, mamá ya no
era parte de la casa.

El camino fue impresionante, después de mucho
tiempo volví a tomar el transporte público, y todas las imágenes de el D.F. se
me presentaban como espejismos, el metro, los peseros, los taxis. Lo primero
que noté es que en Guadalajara la gente que va en el tren tiene ojos de
animales domésticos, no hablan, no se miran, ignorarse es una forma de viajar seguro. En cambio allá tiene ojos de
animales nocturnos, al acecho. Llegué a mi destino a esperar a X y a un amigo,
porque habíamos quedado de vernos e ir a la fiesta. En cuanto llegué a los
minutos cayó una tormenta impresionante, durante más de hora llovió a caudales
y se inundaron las calles. Le envié un mensaje a X de que ya había llegado,
pero nada. Después le envié otro preguntando si ya venía: nada. Marqué: nada. Siempre
nada con X. Me fui, era más de la hora y había dejado de llover. Llegué a la
fiesta y apenas comenzaba.
En el lugar había muchos amigos, mucha
cerveza, mucho todo. No podía calmar la adrenalina de todo lo que había pasado
por mi cabeza ese día, tampoco podía calmar la adrenalina de ver a X, de pararme enfrente de él con toda mi locura
resumida en ese fleco que acaba de llegar, con todas mis ganas de abrazarlo, de
bailar, de contarle, hasta de callarme y verlo a lo lejos, de estar. Pasaba el
tiempo y las sustancias hacían su efecto, y esa adrenalina se convirtió en
ansiedad. No llegaba. ¿Llegaría?, ¿habría pasado algo?, ¿simplemente no iría?
Un amigo se acercó conmigo, platicamos,
le dije que me preocupaba que X no llegara. Me miró y dijo “Ellos así son, andan
en su rollo, no puedes confiar, no puedes esperar nada de ellos, si llegan que
bueno que llegaron, pero es mejor saber que llegan y se van, así les gusta
vivir”. Al poco tiempo de esa conversación, llegó, y probablemente ahí, en esa
fiesta, fue que todo se transformó de mí para él. Nunca le dije nada de lo que
sentí ese día. Yo lo amaba, y no tenía que llegar, ni escucharme, simplemente
no sabía, ni nunca sabrá todo lo que él fue las tijeras, ese cabello que se
perdió y este que crecerá toda mi vida. ¿Qué pasó en la fiesta? Todos enloquecimos, bebimos, bailamos, jammeamos hasta el vómito, y al día siguiente X, un amigo y yo nos fuimos.
A los pocos días de eso, X se fue a su ciudad, y yo decidí irme de la casa de mis padres, o mi Padre, más bien dicho. Me han ocurrido más cosas y escribo esto porque ayer simbólicamente, volví a cortarme el fleco, pero ahora sí sé para qué lo hago. Hacemos lo
que queremos sólo con nuestra existencia, con nuestro tiempo, con nuestro
cuerpo. El
cabello crece, el tiempo no vuelve, lo más simple que se haga en el día tiene
consecuencias en el futuro y nadie viene a preguntarte si estás de acuerdo. En todo
caso, mejor cortarse el fleco y continuar.
sospecho que tu fleco es el fin del mundo.
ResponderEliminar¿Verdad? Siempre pensé que el fin del mundo podía llegar con tan sólo un cabello tocando el piso. Sergioooo te amoooo
ResponderEliminar